miércoles, 21 de julio de 2010

Ser mexica en Hong Kong


México, ¿dónde quedará ese lugar y cómo diablos llegaron estos mexicanos hasta acá?

Enchiladas de mole, tinga, salpicón y unos provocativos chilaquiles que pronto revelaron su naturaleza frankensteinesca: totopos de tienda gourmet italiana ahogados en salsa verde francamente gringa, y gratinados con queso mozarella australiano. Ésos eran los platillos estrella en la mesa del “Desayuno de Mexicanas en Hong Kong” al que me invitó una mexicana que conocí en un supermercado cercano cuando recién llegué aquí y tenía el oído muy afinado por si escuchaba a alguien hablar español; sólo ocurrió dos veces.

Antes del gran Evento de la temporada, la ya mencionada compatriota me había adelantado que en la ex colonia inglesa viven alrededor de 50 mexicanas (desconozco la razón por la que el censo auto levantado sólo incluye mujeres) y que algunas incluso llevan más de dos décadas aquí. Y yo que creía que sólo habíamos 3 mexicanos en Hong Kong, además del Cónsul y sus chalanes. En fin, que a degustar semejantes delicadezas de nuestra gastronomía sólo acudieron unas 12 paisanas, y mientras desde el ventanal contemplábamos los barcos cargueros pasar comenzamos una a una a diseccionar los motivos de nuestro autoexilio en la tierra de....esteeee, ¿por qué es famoso Hong Kong?...¿Jackie Chan?

Así que ¿qué extraña marea arrastró a tantos mexicas hasta acá? Trabajo, negocios y en mayor medida seguir al esposo(a), amante(a), novio(a) o concubino(a)...sin importar el género, preferencia sexual, edad, nacionalidad, profesión o posición económica del sujeto(a) en cuestión. Aquí luchan codo a codo con 7 millones de chinos por el espacio vital lo mismo una pareja gay con dos perritos, que la señora de sociedad de Las Lomas que organiza eventos de caridad o que la chava de Morelia que se inscribió en una universidad local con tal de estar con su novio sueco que trabaja en una compañía naviera. Los mexicanos aquí viven en el piso 47 de una torre de hiper lujo con vista a la bahía, en departamentos tipo closet (como yo) de colonias clasemedieras o lejos, en los suburbios, en Tlatelolcos para ricos – sólo que en vez de tener que manejar 2 horas para llegar a la chamba como en el D.F., viajan en ferry y se evitan los claxons y el “muévete p@^%&#!”

Pero lo que hace a todos los mexicanos iguales en este pretencioso rincón de China no es nuestra devoción por la tortilla, las paletas enchiladas, el competir por quién extraña más a su familia o quién cargó con el itacate más grande. Lo que nos hace iguales a todos aquí es nuestro anonimato. Seguramente en ciudades de Estados Unidos, Canadá o Europa tengamos más presencia o seamos más visibles, pero en Hong Kong nos perdemos entre la plétora de chinos y los cientos de miles de extranjeros –ingleses, filipinos, franceses, vietnamitas, gringos, canadienses, australianos, paquistaníes– que viven aquí.

Además, por alguna razón, nuestro detector de mexicanos se atrofia en estas latitudes (quizá sea la humedad y el salitre) y nos resulta complicado reconocernos en medio de las muchedumbres multi raciales que entran a los vagones de un metro quirúrgicamente esterilizado. O quizá simplemente no nos reconocemos unos a otros porque tenemos la mexicanidad atenuada por tantos letreros que prohíben fumar, comer, tomar, pasear al perro....y que a la menor provocación amenazan con sendas multas de hasta 5,000 dólares de HK y hasta tres meses de prisión por descuidos tan imperdonables como no ponerse el cinturón de seguridad en el microbús o el taxi. ¡Casi igual que en mi querido D.F.!

Lo que sí es una realidad es que a excepción del álgido tema del H1N1, poco, bien poco se sabe de México en estas coordenadas. Los mexicanos somos una especie bastante exótica, casi como venidos de Marte. Y es que además de ser escasos, se escucha poco, casi nada de México en Hong Kong. A no ser por “4 cabezas en Tijuana y una balacera en Ciudad Juárez”, que nos dan nuestros 5 fatídicos minutos de fama, nuestro país aparece con tanta frecuencia en las noticias locales como El Salvador lo hace en México o quizá menos.

Para empeorar la cosa, en el inconsciente colectivo hongkonés ni siquiera habita la mítica figura del mexicano ensarapado tomando la siesta bajo el cactus o la del mariachi tocando una canción pegadora. No, nada de sombreros, maracas, cantinas, adelitas o tequila con limón y sal. Lo más cercano a un estandarte de México en esta parte de China es, sin lugar a dudas, el taco....nomás que el de Taco Bell. Sí, esa texmexcanada envuelta en tortilla de harina, rellena de carne molida, aceitunas negras y queso Cheddar amarillo y enchilada con lujo de violencia con salsa Tabasco. Así que si uno no fue previsor y cargó con la maseca y el molcajete, más vale evitar la nostalgia gastronómica y ponerse flojito y cooperando con los fideos y el terrorífico concepto de los frijoles dulces.

Para la mayoría de los chinos, los mexicanos somos exactamente igual que los otros gweilos (fantasmas blancos es el apelativo que nos dan por acá): extranjeros y punto. Para uno que otro chino de mente más inquisitiva somos algo parecido a un francés o a un italiano, aunque tarde o temprano notan que no tenemos tanto caché y nos dicen: “¿De dónde eres?”. Pregunta inofensiva y sin una pizca de alevosía, pero luego preguntan algo que seguramente ha hecho a muchos otros perder su ya de por sí maltrecho orgullo latinoamericano: “¿Y qué hablan ahí?” No sé por qué, pero cada vez que escucho eso siento que se me clava una espina en mi hispanoparlantecentrismo.

El tema del desconocimiento de México no es muy diferente entre los extranjeros. Y es que sean ingleses, australianos o franceses; letrados o ignorantes; hombres de negocios o poetas de ruptura; dandys que asisten a subastas o adultos contemporáneos en spring breaks tardíos, todos provocan heridas profundas e incurables incluso en patriotas anónimos como yo al proferir blasfemias como: “¿Entonces Chávez no es mexicano?” “Si extrañas la comida mexicana hay un muy buen lugar de tapas en...” “Creí que todas las mexicanas eran gordas”. Incluso mi tándem, un gringo que habla buen español, pasó por mexicano frente a un hombre inglés que lo felicitó por hablar tan bien el idioma de Shakespeare.

Quien lo diría, en esta autoproclamada “ciudad global de Asia”, con un aeropuerto construido sobre tierra artificial, rascacielos impresionantes y más tiendas Louis Vuitton y Chanel por km2 que ninguna otra urbe, los únicos que han visto de cerca a un mexicano son nuestros amados y odiados vecinos, los gringos. Y quién lo diría, es también una gringa la organizadora de la Sociedad Hispánica de Hong Kong, un ecléctico grupo compuesto por un puñado de españoles, dos que tres latinoamericanos, varios gringos y uno que otro francés que se reúnen para practicar la lengua española. Lo más irónico aún es que quienes hablamos español terminamos haciéndolo con un buen número de entusiastas chinos autobautizados Enrique, Pepe o Javier que por azares del destino o del trabajo conocen bastante bien nuestra lengua.

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