miércoles, 13 de octubre de 2010

Sopas! y otras cosas raras

Efectivamente....con queso

Sopas! y otras cosas raras

Galletas sabor aleta de tiburón

Sopas! y otras cosas raras

Qué finos nos salieron!

Sopas! y otras cosas raras


Gelatina de tortuga criada en granja orgánica. Me dieron ñañaras cuando me enteré

Sopas! y otras cosas raras

Una modesta sopa de wonton pa la gripa

Sopas! y otras cosas raras


Udon, perfecto para uno de tantos días en los que los chinos ponen el aire acondicionado a -50ºC

martes, 12 de octubre de 2010

El miedo muere al último


Justo ahora que me siento a salvo de morir a manos del crimen desorganizado en mi, nunca como ahora, añorada monstrópolis chilanga; justo cuando dejé de mirar atrás por si alguien me seguía; cuando dejé de esconder la computadora debajo de las sábanas por si alguien entraba a robar a mi casa; cuando se borró la escena del asalto en el taxi, el pesero o al volante de mi ex querida nave, que me inventé en mi mente. Justo ahora, mi cerebro ha encontrado otras tortuosas formas de paranoico entretenimiento.

Ahora le temo a los envases de leche made in China, a los empaques de lechuga que orgullosas anuncian no contener colorantes artificiales, a los peces que nadan en las aguas de colores que salen de las fábricas, a los hombres que, cual magos, son capaces de producir huevos de gallina, uvas, melones color neón. Ahora, en mi nuevo mundo, no ha habido nada más atemorizante que ver a una multitud de chinos empujando carritos del super y luego descubrir que la naturaleza no equipó a esta gente con detector de obstáculos.

sábado, 11 de septiembre de 2010

viernes, 30 de julio de 2010

Manila, la ciudad que hace al D.F. parecer Estocolmo

Jeepnys, los microbúses locales

Un hombre se para de espaldas a una pared y pronto se escucha un líquido chocar contra ella y salpicar el piso. Después de formarse el clásico riachuelo amarillo que da su tan característico aroma a esta ciudad se oye una bragueta subiendo. ¡Bienvenidos a Manila, la cuna (mojada) de... los mangos de Manila.

En la ciudad de los aromas insospechados e indescifrables, caminar dos o tres cuadras puede convertirse en una saga। Debido a que buena parte de las baquetas está ocupada por coches, escombros, puestos de comida, basura en estado de putrefacción y obstáculos en ocasiones incategorizables, la mencionada odisea peatonal implica abrirse camino entre bicitaxis, mototaxis y jeeps churriguerescamente adaptados como microbuses. El manileño de a pie también debe esquivar hoyos y coladeras sin tapa; saltar charcos de agua verde, banquetas resquebrajándose y esa rama del árbol que cayó durante el último tifón. Ya por no dejar, no está de más cerciorarse de que no le caiga a uno uno de los tantos cables de alta tensión que cuelgan frágilmente de los postes.


El río Pasig, que según el Lonely Planet, puede disolver a cualquiera que caiga en él



La gente de Manila siempre está en las calles. En ellas comen, cuelgan la ropa a secar, bañan a los niños, se sientan a ver la gente pasar, toman una siesta o pasan la noche sobre un cartón; a veces es difícil distinguir a los indigentes de los que tienen techo. Y la gente siempre está, literalmente, viendo la vida desde abajo, sentada en unos banquitos muy bajos o en cuclillas, barriendo la basura con unas escobas muy cortas que la obligan a agacharse o cocinando en anafres que apenas se levantan 20 cms del piso.

Esta es una ciudad de contrastes donde los pobres viven en chozas de metal y los ricos, en residenciales exclusivos con alberca, gimnasio, frente a un mall de lujo al que sólo se puede llegar en auto y donde los visitantes deben mostrar el tatuaje de pedigree para poder entrar. De hecho, la ex primera dama, Imelda Marcos, la de la colección de los 20 mil zapatos regresó a Filipinas y vive en Fort Bonifacio, una zona que es la prima hermana de Santa Fe.


Pero en Manila los pudientes son poquísimos y la mayoría, que son simples mortales, viven en barriadas, en aldeas debajo de puentes o en alguna de las múltiples favelas que con frecuencia se incendian. Pero debajo de la pátina del tiempo –nomás para ser poética– que cubre edificios e indigentes por igual hay una urbe muy poco asiática en la que muchos elementos son extrañamente familiares. Al ser una ex colonia americana desde 1898 hasta poquito después de la segunda guerra mundial, el inglés sigue siendo idioma oficial –al lado del tagalog, una lengua local que suena a “bunga bunga”–, así que aquí es posible leer cada anuncio, letrero de calle y ruta de transporte público. Muchísima gente, a veces parece que toda, habla inglés; incluso los mendigos mendigan en inglés. A diferencia de otros lugares de Asia, en Manila abunda la comida occidental comestible y en los supermercados hay mercancías reconocibles.

En una dimensión paralela a la gabacha existe una realidad latina, herencia de la dominación española –por ahí de 1565 a 1898. Por ello abundan las Jocelynes Camargo, las Jennifers Delgado y los Ryans Ayala, la gente que se persigna al pasar por un altar, las vulcanizadoras con la clásica llanta colgando de un árbol, los camiones que dicen “Dios es mi guía” (nomás que en inglés) y el chicharrón de cerdo, igualito al de Mexicalpán; para hacer las cosas más del twilight zone, cuando uno pregunta cómo llegar a algún lugar la gente responde “derecho” (sí, en español!) y señalan al frente. Y en Filipinas, igual que por allá, hay ricos muy ricos y pobres muy pobres, además de mucha corrupción y mucho nepotismo.


el bonita Paradise


Los manileños y también el Lonely Planet aseguran que el barrio de Malate es la parte bohemia de Manila, pero esta zona parece más bien el fruto de una noche de pasión entre la Zona Rosa y Neza. Aquí hay una serie de calles con restaurantes “trendy” y otros changarros menos pretenciosos que de jueves a domingo invaden parte de las calles con sus sillas de plástico. También hay karaokes de ambiente familiar y otros más lúgubres, además de una miríada de bares con chicas que afuera casi siempre muestran fotos de chichas que se ven muy chicas. En las calle principal están el “kiss me mermaid”, el “isla bonita” y muchísimos más. En el corazón de la bestia también hay dos que tres bares como el L.A. para pasar una noche ruda y el famosísimo Hobbit Bar, donde los meseros miden de 65cm para abajo.

En Malate, tanto de día como de noche, se ven paseando por las calles y por el Mall de la zona a unos cuantos gringos de bajo presupuesto, mayores de 60 años, algunos sobrepasando los 100 kilos de peso y de apariencia freak. Normalmente llevan de la mano a una local que si no es menor de edad sí tiene las dimensiones de una. También llaman la atención los “empresarios” coreanos que, al juzgar por lo afilado de sus colmillos, en más de una ocasión se habrán llevado al baile a algún local en busca de un buen negocio o incluso a alguna de las chicas de su séquito। En fin, que la temática de Malate no es apta para toda la familia।


Un rinconcito del paraíso

Desde arriba, desde el piso 32, en departamento de “lujo” sobre un mall y con vista a la bahía, donde hay que usar una cubeta para jalarle al baño, por las mañanas veo trozos de algo que parece unicel flotando en el mar। Cerca de la orillas se distinguen las cabezas de algunos intrépidos bañistas chapoteando muy cerca de una nata opaca que se mueve lentamente con las olas de un mar muy tranquilo. Aunque aún me resisto a creerlo, de cerca, la bahía tiene un inconfundible olor a drenaje. Ya para la tarde la marea, el viento y las incomprensibles maniobras de una lancha que parece de la marina disipan los desechos de un fotogénico malecón adornado con hileras de palmeras y faroles verde y rosa neón.


Desde arriba todo se ve inofensivo

Pero no todo en el aire de Manila es drenaje, en el ambiente de la ciudad también se olfatea una gran oferta cultural y artística que hace prácticamente se llene el calendario entero. El evento más esperado del Año es Cat’s (sí, la obra de teatro de hace 2 décadas) y la película de la temporada fue Sex and the City; ya sólo estamos esperando que llegue Holiday on Ice. Por otro lado, la escena musical no se queda atrás y en la tele ya se anuncia la llegada de ídolos juveniles...de los 60s, como Engelbert Humperdinck (“Tell me cuando cuando cuando”), The Lettermen, autores del hitazo “It’s going to be a long lonely summer” y Boyz II Men (ya postmodernista por ser de los 80s), interpretando los más grandes éxitos de Air Supply: “Even the nights are better, now that we are together”, que, por cierto, junto con otros hits del momento se escuchan en cada taxi, restaurante y bar manileño. Aunque, para ser justos, hay que decir que en Manila sí se escuchan producciones canciones de ésta década, es más de éste mes, pero la cuestión es que, a la menor provocación, cualquier canción con un número aceptable de beats es transformada en un cover meloso y coreable, capaz de provocar un coma diabético fulminante. Entre las víctimas del fenómeno balada romántica filipina están Bad Romance de Lady Gaga con acompañamiento de ukulele.

En fin, seguiré reportando desde este pedazo de Centroamérica que algún huracán se trajo volando hasta acá.

miércoles, 21 de julio de 2010

El desayuno de los domingos







bolas de harina de arroz pegajoso al vapor rellenas de frijol dulce y sabe dios q más, pulpo, pescado, dumplings y buns de cerdo...como para hacerse un taquito.

Ser mexica en Hong Kong


México, ¿dónde quedará ese lugar y cómo diablos llegaron estos mexicanos hasta acá?

Enchiladas de mole, tinga, salpicón y unos provocativos chilaquiles que pronto revelaron su naturaleza frankensteinesca: totopos de tienda gourmet italiana ahogados en salsa verde francamente gringa, y gratinados con queso mozarella australiano. Ésos eran los platillos estrella en la mesa del “Desayuno de Mexicanas en Hong Kong” al que me invitó una mexicana que conocí en un supermercado cercano cuando recién llegué aquí y tenía el oído muy afinado por si escuchaba a alguien hablar español; sólo ocurrió dos veces.

Antes del gran Evento de la temporada, la ya mencionada compatriota me había adelantado que en la ex colonia inglesa viven alrededor de 50 mexicanas (desconozco la razón por la que el censo auto levantado sólo incluye mujeres) y que algunas incluso llevan más de dos décadas aquí. Y yo que creía que sólo habíamos 3 mexicanos en Hong Kong, además del Cónsul y sus chalanes. En fin, que a degustar semejantes delicadezas de nuestra gastronomía sólo acudieron unas 12 paisanas, y mientras desde el ventanal contemplábamos los barcos cargueros pasar comenzamos una a una a diseccionar los motivos de nuestro autoexilio en la tierra de....esteeee, ¿por qué es famoso Hong Kong?...¿Jackie Chan?

Así que ¿qué extraña marea arrastró a tantos mexicas hasta acá? Trabajo, negocios y en mayor medida seguir al esposo(a), amante(a), novio(a) o concubino(a)...sin importar el género, preferencia sexual, edad, nacionalidad, profesión o posición económica del sujeto(a) en cuestión. Aquí luchan codo a codo con 7 millones de chinos por el espacio vital lo mismo una pareja gay con dos perritos, que la señora de sociedad de Las Lomas que organiza eventos de caridad o que la chava de Morelia que se inscribió en una universidad local con tal de estar con su novio sueco que trabaja en una compañía naviera. Los mexicanos aquí viven en el piso 47 de una torre de hiper lujo con vista a la bahía, en departamentos tipo closet (como yo) de colonias clasemedieras o lejos, en los suburbios, en Tlatelolcos para ricos – sólo que en vez de tener que manejar 2 horas para llegar a la chamba como en el D.F., viajan en ferry y se evitan los claxons y el “muévete p@^%&#!”

Pero lo que hace a todos los mexicanos iguales en este pretencioso rincón de China no es nuestra devoción por la tortilla, las paletas enchiladas, el competir por quién extraña más a su familia o quién cargó con el itacate más grande. Lo que nos hace iguales a todos aquí es nuestro anonimato. Seguramente en ciudades de Estados Unidos, Canadá o Europa tengamos más presencia o seamos más visibles, pero en Hong Kong nos perdemos entre la plétora de chinos y los cientos de miles de extranjeros –ingleses, filipinos, franceses, vietnamitas, gringos, canadienses, australianos, paquistaníes– que viven aquí.

Además, por alguna razón, nuestro detector de mexicanos se atrofia en estas latitudes (quizá sea la humedad y el salitre) y nos resulta complicado reconocernos en medio de las muchedumbres multi raciales que entran a los vagones de un metro quirúrgicamente esterilizado. O quizá simplemente no nos reconocemos unos a otros porque tenemos la mexicanidad atenuada por tantos letreros que prohíben fumar, comer, tomar, pasear al perro....y que a la menor provocación amenazan con sendas multas de hasta 5,000 dólares de HK y hasta tres meses de prisión por descuidos tan imperdonables como no ponerse el cinturón de seguridad en el microbús o el taxi. ¡Casi igual que en mi querido D.F.!

Lo que sí es una realidad es que a excepción del álgido tema del H1N1, poco, bien poco se sabe de México en estas coordenadas. Los mexicanos somos una especie bastante exótica, casi como venidos de Marte. Y es que además de ser escasos, se escucha poco, casi nada de México en Hong Kong. A no ser por “4 cabezas en Tijuana y una balacera en Ciudad Juárez”, que nos dan nuestros 5 fatídicos minutos de fama, nuestro país aparece con tanta frecuencia en las noticias locales como El Salvador lo hace en México o quizá menos.

Para empeorar la cosa, en el inconsciente colectivo hongkonés ni siquiera habita la mítica figura del mexicano ensarapado tomando la siesta bajo el cactus o la del mariachi tocando una canción pegadora. No, nada de sombreros, maracas, cantinas, adelitas o tequila con limón y sal. Lo más cercano a un estandarte de México en esta parte de China es, sin lugar a dudas, el taco....nomás que el de Taco Bell. Sí, esa texmexcanada envuelta en tortilla de harina, rellena de carne molida, aceitunas negras y queso Cheddar amarillo y enchilada con lujo de violencia con salsa Tabasco. Así que si uno no fue previsor y cargó con la maseca y el molcajete, más vale evitar la nostalgia gastronómica y ponerse flojito y cooperando con los fideos y el terrorífico concepto de los frijoles dulces.

Para la mayoría de los chinos, los mexicanos somos exactamente igual que los otros gweilos (fantasmas blancos es el apelativo que nos dan por acá): extranjeros y punto. Para uno que otro chino de mente más inquisitiva somos algo parecido a un francés o a un italiano, aunque tarde o temprano notan que no tenemos tanto caché y nos dicen: “¿De dónde eres?”. Pregunta inofensiva y sin una pizca de alevosía, pero luego preguntan algo que seguramente ha hecho a muchos otros perder su ya de por sí maltrecho orgullo latinoamericano: “¿Y qué hablan ahí?” No sé por qué, pero cada vez que escucho eso siento que se me clava una espina en mi hispanoparlantecentrismo.

El tema del desconocimiento de México no es muy diferente entre los extranjeros. Y es que sean ingleses, australianos o franceses; letrados o ignorantes; hombres de negocios o poetas de ruptura; dandys que asisten a subastas o adultos contemporáneos en spring breaks tardíos, todos provocan heridas profundas e incurables incluso en patriotas anónimos como yo al proferir blasfemias como: “¿Entonces Chávez no es mexicano?” “Si extrañas la comida mexicana hay un muy buen lugar de tapas en...” “Creí que todas las mexicanas eran gordas”. Incluso mi tándem, un gringo que habla buen español, pasó por mexicano frente a un hombre inglés que lo felicitó por hablar tan bien el idioma de Shakespeare.

Quien lo diría, en esta autoproclamada “ciudad global de Asia”, con un aeropuerto construido sobre tierra artificial, rascacielos impresionantes y más tiendas Louis Vuitton y Chanel por km2 que ninguna otra urbe, los únicos que han visto de cerca a un mexicano son nuestros amados y odiados vecinos, los gringos. Y quién lo diría, es también una gringa la organizadora de la Sociedad Hispánica de Hong Kong, un ecléctico grupo compuesto por un puñado de españoles, dos que tres latinoamericanos, varios gringos y uno que otro francés que se reúnen para practicar la lengua española. Lo más irónico aún es que quienes hablamos español terminamos haciéndolo con un buen número de entusiastas chinos autobautizados Enrique, Pepe o Javier que por azares del destino o del trabajo conocen bastante bien nuestra lengua.

Año nuevo chino


Año nuevo, otra vez, ahora en el otro lado del charco grande. 13, 14 y 15 de febrero en Hong Kong y como 10 días de festividades ininterrumpidas en China. Fuegos artificiales en la bahía el segundo día del año nuevo, dumplings dulces en caldo de jengibre y un par de pastelitos de algo parecido a un camote gomoso para desayunar; arbolitos miniatura de naranjas ácidas en las entradas de los comercios; malls y recepciones de edificios con cierto grado de caché adornados con árboles de cerezas llenos de flores rosas artificiales; Rebajas sobre rebajas de hasta el 70%, y un único día, de los tres que se celebran aquí, con las calles del vecindario vacías casi por completo. Casi nada más logro descifrar del segundo año nuevo del año. Casi como siempre me quedo en la superficie, como los otros extranjeros, sin entender nada más allá de lo evidente.

Algo sobre las reinas del hogar




Después del Moon Cake (un pastel sabor camote con un huevo duro dentro), las aspirantes a modelos que posan incansables en cada rincón de Hong Kong y los huevos podridos que venden en el super, uno de los temas fascinantes de esta ciudad es el de las chachas filipinas. Aunque sólo son alrededor de 300,000 parece que cada domingo hay miles, millones de ellas haciendo camping en cada parque, plaza, paso a desnivel y espacio público libre, por más imposible que éste pueda parecer. Ahí están, llueve, truene, relampaguee o con 35 C y 97% de humedad, sentadas sobre cartones, haciéndose manicures, pedicures, jugando cartas o compartiendo el chicken adobo que sacan de un tupper ware.

La filipina es una imagen omnipresente en el escenario urbano: está en el autobús, el super, paseando perros por la noche, llevando de la mano o a cuestas a niños de cualquier raza, color, edad y grado de insoportabilidad. Es imposible no notarlas, siempre van con una bolsa de compras y celular en mano, texteando, mostrando fotos de la familia o hablando con alguien en tagalog, que suena a tacatacataca con una que otra palabra en español en medio. Y debajo de las largas melenas a la Daniela Romo de estas mujeres se esconden algunos personajes mucho más cosmopolitas que muchos de nosotros. Ya han vivido en Dubai, Taiwán o Singapur e incluso tienen títulos universitarios o son maestras.

De acuerdo a los mitos urbanos, las chachas filipinas viven en cuartitos en los que ni siquiera cabe una cama individual o comparten habitación con algún miembro de la familia. Lo que sí en cierto es que en sus ratos libres lavan, planchan, cocinan, cambian pañales, cuidan rucos, hacen la tarea con los chamacos y además de todo practican inglés con ellos. Eso sí, por ley tienen 8 horotas para dormir y ganan la fabulosa cantidad de $3,500 KHD (unos 5,500 pesos) al mes, más un bono de $300 HKD (unos $500 pesos) para comida. Claro, si no rompen ninguna figurita de jadró y la ñora de la casa la descuenta del sueldo. Pero en la quinta ciudad más cara del mundo (según Mercer Consultants) esa fortuna apenas alcanza para mandar dinero a la familia en Filipinas, así que en Domingo, el único día libre de la semana el plan que aplica es plan picnic en la banqueta.

Aseguran los conocedores del tema que estas mujeres sufren toda clase de abusos por parte de sus patrones, desde gritos y golpes hasta agresiones sexuales. Aparentemente las despiden casi por cualquier motivo y en ocasiones no reciben compensación o un boleto de avión para volver a Filipinas. Pero a pesar de ello, las agencias de colocación para trabajadoras domésticas abundan en Hong Kong y seguramente también en Filipinas. Y es que la oferta de mujeres desesperadas por ganar dinero para mantener a sus hijos, padres y hermanos, en busca de oportunidades para salir de la pobreza o simplemente con deseos de ver el mundo parece ser interminable.

Salamat (gracias) a las Jocelyn Delgado que ocupan un lugar tan íntimo, intimísimo en la vida de Hong Kong y que permiten que la ciudad siga en pie.