viernes, 30 de julio de 2010

Manila, la ciudad que hace al D.F. parecer Estocolmo

Jeepnys, los microbúses locales

Un hombre se para de espaldas a una pared y pronto se escucha un líquido chocar contra ella y salpicar el piso. Después de formarse el clásico riachuelo amarillo que da su tan característico aroma a esta ciudad se oye una bragueta subiendo. ¡Bienvenidos a Manila, la cuna (mojada) de... los mangos de Manila.

En la ciudad de los aromas insospechados e indescifrables, caminar dos o tres cuadras puede convertirse en una saga। Debido a que buena parte de las baquetas está ocupada por coches, escombros, puestos de comida, basura en estado de putrefacción y obstáculos en ocasiones incategorizables, la mencionada odisea peatonal implica abrirse camino entre bicitaxis, mototaxis y jeeps churriguerescamente adaptados como microbuses. El manileño de a pie también debe esquivar hoyos y coladeras sin tapa; saltar charcos de agua verde, banquetas resquebrajándose y esa rama del árbol que cayó durante el último tifón. Ya por no dejar, no está de más cerciorarse de que no le caiga a uno uno de los tantos cables de alta tensión que cuelgan frágilmente de los postes.


El río Pasig, que según el Lonely Planet, puede disolver a cualquiera que caiga en él



La gente de Manila siempre está en las calles. En ellas comen, cuelgan la ropa a secar, bañan a los niños, se sientan a ver la gente pasar, toman una siesta o pasan la noche sobre un cartón; a veces es difícil distinguir a los indigentes de los que tienen techo. Y la gente siempre está, literalmente, viendo la vida desde abajo, sentada en unos banquitos muy bajos o en cuclillas, barriendo la basura con unas escobas muy cortas que la obligan a agacharse o cocinando en anafres que apenas se levantan 20 cms del piso.

Esta es una ciudad de contrastes donde los pobres viven en chozas de metal y los ricos, en residenciales exclusivos con alberca, gimnasio, frente a un mall de lujo al que sólo se puede llegar en auto y donde los visitantes deben mostrar el tatuaje de pedigree para poder entrar. De hecho, la ex primera dama, Imelda Marcos, la de la colección de los 20 mil zapatos regresó a Filipinas y vive en Fort Bonifacio, una zona que es la prima hermana de Santa Fe.


Pero en Manila los pudientes son poquísimos y la mayoría, que son simples mortales, viven en barriadas, en aldeas debajo de puentes o en alguna de las múltiples favelas que con frecuencia se incendian. Pero debajo de la pátina del tiempo –nomás para ser poética– que cubre edificios e indigentes por igual hay una urbe muy poco asiática en la que muchos elementos son extrañamente familiares. Al ser una ex colonia americana desde 1898 hasta poquito después de la segunda guerra mundial, el inglés sigue siendo idioma oficial –al lado del tagalog, una lengua local que suena a “bunga bunga”–, así que aquí es posible leer cada anuncio, letrero de calle y ruta de transporte público. Muchísima gente, a veces parece que toda, habla inglés; incluso los mendigos mendigan en inglés. A diferencia de otros lugares de Asia, en Manila abunda la comida occidental comestible y en los supermercados hay mercancías reconocibles.

En una dimensión paralela a la gabacha existe una realidad latina, herencia de la dominación española –por ahí de 1565 a 1898. Por ello abundan las Jocelynes Camargo, las Jennifers Delgado y los Ryans Ayala, la gente que se persigna al pasar por un altar, las vulcanizadoras con la clásica llanta colgando de un árbol, los camiones que dicen “Dios es mi guía” (nomás que en inglés) y el chicharrón de cerdo, igualito al de Mexicalpán; para hacer las cosas más del twilight zone, cuando uno pregunta cómo llegar a algún lugar la gente responde “derecho” (sí, en español!) y señalan al frente. Y en Filipinas, igual que por allá, hay ricos muy ricos y pobres muy pobres, además de mucha corrupción y mucho nepotismo.


el bonita Paradise


Los manileños y también el Lonely Planet aseguran que el barrio de Malate es la parte bohemia de Manila, pero esta zona parece más bien el fruto de una noche de pasión entre la Zona Rosa y Neza. Aquí hay una serie de calles con restaurantes “trendy” y otros changarros menos pretenciosos que de jueves a domingo invaden parte de las calles con sus sillas de plástico. También hay karaokes de ambiente familiar y otros más lúgubres, además de una miríada de bares con chicas que afuera casi siempre muestran fotos de chichas que se ven muy chicas. En las calle principal están el “kiss me mermaid”, el “isla bonita” y muchísimos más. En el corazón de la bestia también hay dos que tres bares como el L.A. para pasar una noche ruda y el famosísimo Hobbit Bar, donde los meseros miden de 65cm para abajo.

En Malate, tanto de día como de noche, se ven paseando por las calles y por el Mall de la zona a unos cuantos gringos de bajo presupuesto, mayores de 60 años, algunos sobrepasando los 100 kilos de peso y de apariencia freak. Normalmente llevan de la mano a una local que si no es menor de edad sí tiene las dimensiones de una. También llaman la atención los “empresarios” coreanos que, al juzgar por lo afilado de sus colmillos, en más de una ocasión se habrán llevado al baile a algún local en busca de un buen negocio o incluso a alguna de las chicas de su séquito। En fin, que la temática de Malate no es apta para toda la familia।


Un rinconcito del paraíso

Desde arriba, desde el piso 32, en departamento de “lujo” sobre un mall y con vista a la bahía, donde hay que usar una cubeta para jalarle al baño, por las mañanas veo trozos de algo que parece unicel flotando en el mar। Cerca de la orillas se distinguen las cabezas de algunos intrépidos bañistas chapoteando muy cerca de una nata opaca que se mueve lentamente con las olas de un mar muy tranquilo. Aunque aún me resisto a creerlo, de cerca, la bahía tiene un inconfundible olor a drenaje. Ya para la tarde la marea, el viento y las incomprensibles maniobras de una lancha que parece de la marina disipan los desechos de un fotogénico malecón adornado con hileras de palmeras y faroles verde y rosa neón.


Desde arriba todo se ve inofensivo

Pero no todo en el aire de Manila es drenaje, en el ambiente de la ciudad también se olfatea una gran oferta cultural y artística que hace prácticamente se llene el calendario entero. El evento más esperado del Año es Cat’s (sí, la obra de teatro de hace 2 décadas) y la película de la temporada fue Sex and the City; ya sólo estamos esperando que llegue Holiday on Ice. Por otro lado, la escena musical no se queda atrás y en la tele ya se anuncia la llegada de ídolos juveniles...de los 60s, como Engelbert Humperdinck (“Tell me cuando cuando cuando”), The Lettermen, autores del hitazo “It’s going to be a long lonely summer” y Boyz II Men (ya postmodernista por ser de los 80s), interpretando los más grandes éxitos de Air Supply: “Even the nights are better, now that we are together”, que, por cierto, junto con otros hits del momento se escuchan en cada taxi, restaurante y bar manileño. Aunque, para ser justos, hay que decir que en Manila sí se escuchan producciones canciones de ésta década, es más de éste mes, pero la cuestión es que, a la menor provocación, cualquier canción con un número aceptable de beats es transformada en un cover meloso y coreable, capaz de provocar un coma diabético fulminante. Entre las víctimas del fenómeno balada romántica filipina están Bad Romance de Lady Gaga con acompañamiento de ukulele.

En fin, seguiré reportando desde este pedazo de Centroamérica que algún huracán se trajo volando hasta acá.

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