martes, 12 de octubre de 2010

El miedo muere al último


Justo ahora que me siento a salvo de morir a manos del crimen desorganizado en mi, nunca como ahora, añorada monstrópolis chilanga; justo cuando dejé de mirar atrás por si alguien me seguía; cuando dejé de esconder la computadora debajo de las sábanas por si alguien entraba a robar a mi casa; cuando se borró la escena del asalto en el taxi, el pesero o al volante de mi ex querida nave, que me inventé en mi mente. Justo ahora, mi cerebro ha encontrado otras tortuosas formas de paranoico entretenimiento.

Ahora le temo a los envases de leche made in China, a los empaques de lechuga que orgullosas anuncian no contener colorantes artificiales, a los peces que nadan en las aguas de colores que salen de las fábricas, a los hombres que, cual magos, son capaces de producir huevos de gallina, uvas, melones color neón. Ahora, en mi nuevo mundo, no ha habido nada más atemorizante que ver a una multitud de chinos empujando carritos del super y luego descubrir que la naturaleza no equipó a esta gente con detector de obstáculos.

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